García Márquez convertido en ventrílocuo y amanuense de los poderosos. Eso me parece al leer su Noticia de un secuestro. Notario de Turbay, el presidente que lo obligó a irse del país para salvar el pellejo. Tener el punto de vista de la élite bogotana y no de la gente sencilla, de las personas sin nombre ni apellido, es lamentable. Es triste que el hijo del telegrafista de Aracataca no les dedique ni un párrafo a los choferes asesinados por los sicarios en el momento del secuestro. Ahí sí ni habla con los parientes ni se apiada del dolor. El duelo es el duelo de los importantes.
Su terreno de investigación, su investigación de campo se redujo a los salones bogotanos. Los salones de las familias bien de la capital, que, además, se burlan de él por corroncho, por sus sacos de mal gusto, por sus medias coloradas.
Soltar una nota destemplada en este coro de alabanzas, eso debo hacer. Si uso este tono, sin embargo, me dirán envidioso; envidioso porque no conozco la élite bogotana y porque su prosa es mejor. Su prosa es mejor, sin duda, incluso cuando es mala, pero mi interés por la élite bogotana no existe.
A pesar de toda la alharaca sobre el esmero periodístico, es una edición descuidada. Pese a toda la bulla sobre la verdad, es una verdad parcial y sesgada. Ya tengo el título de mi reseña: «La paja en el libro ajeno». Veo mi viga, pero también su paja.
No se trata de hacer populismo literario, pero este elitismo periodístico acaba por ser fastidioso. La muerte del vecino de mi mamá, Guido Parra, es absolutamente inexacta. Era un hijo de puta, es verdad, este Parra, era un aliado de la mafia, un abogado de Escobar, es verdad, pero en el texto de García Márquez parece casi justo que lo hubieran matado: y lo mataron después de obligarlo a ver cómo torturaban y mataban a su hijo de dieciséis años. Los vengadores que luchan contra Pablo Escobar son tan malos como él. El hijo de Guido Parra, un adolescente, se portó como un valiente, como un pequeño héroe, al tratar de defender a su padre, al interponerse entre los asesinos y él. Su valor reivindica toda la cobardía de su padre. Y lo torturaron, lo castraron y lo mataron delante de su padre, que ahí expió todo lo malo que hubiera podido hacer en una vida entera. Ese era un capítulo para contar, así formara parte del grupo de los malos, y García Márquez no lo hizo.
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, anotación del ¿9? de junio de 1996, Lo que fue presente (Diarios 1985 - 2006), Alfaguara, 2019.