Pero ¿será meramente una limitación de Galdós? ¿Será simplemente que Galdós no escribía demasiado bien? Yo estimo enormemente la calidad de página –que no tienen nada que ver con eso que se llama “estilismo” –, y por razones graves: es aquella condición de los escritos que están escritos verdaderamente por su autor; quiero decir, aquellos en los cuales el autor –el autor mismo– ha escrito todas y cada una de sus frases. Todos hablamos con palabras, con palabras de la lengua, que son de todos y de nadie, que están inertes en el diccionario. Todos hablamos de acuerdo con la gramática de nuestra lengua. Pero cada uno dice ciertas palabras elegidas, las dispone en un orden determinado y las hace sonar con cierta cadencia. Pues bien, cuando esta selección de las palabras, la sintaxis, y la cadencia es mía, personal, entonces aquello que escribo tiene calidad de página, y en ella sentimos bajo nuestra mano o al deslizar por ella la caricia sin contacto de nuestros ojos el palpitar de una vida.
Pero hay otra manera de escribir, que es escribir con frases, con lo que podríamos llamar, dando a la expresión un sentido más lato que el usual, frases hechas, tomadas del repertorio de las que ruedan de boca en boca; frases tomadas de la gente, de lo que se dice. Lo mismo da que se trate del preciosismo de los culteranos que de las formas estereotipadas de una crónica de sociedad. En un caso y en otro, no hay calidad de página, porque está construida con elementos ajenos, mostrencos, sociales, colectivos, no míos, no personales.
JULIÁN MARÍAS, Literatura y generaciones, Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1975, págs. 88 y 89.