Julián Marías sobre Galdós


En cierto sentido, Galdós no escribía bien. Es sabido que la generación del 98 miró con cierta aversión a Galdós: no acababa de gustarles. Esto nos parece hoy injusto, pero hay que entenderlo. ¿Por qué pasaba así? La generación del 98 representó en la literatura española el restablecimiento de lo que llamo “calidad de página”. Es la calidad intrínseca de una página suelta, su eficacia como tal; el fulgor que tiene una página aislada, independientemente del valor de la obra en su conjunto. Hay obras con calidad de página, que en conjunto no pasan de mediocres o están frustradas; hay en cambio obras muy valiosas cada una de cuyas páginas carece de intensidad y fulgor. Este es el caso de Galdós. Su obra tiene valor altísimo, pero una página suya suelta rara vez nos conmueve, casi siempre es un poco trivial. Es como un gran arquitecto que construye con ladrillo, mientras otros construyen con acero y cristal, con granito o mármol. Yo creo que la aversión de los hombres del 98 por Galdós venía de que en él no encontraban un semejante; les parecía infiel a esa calidad de página, en que coinciden todos, incluso el desaliñado Baroja.

Pero ¿será meramente una limitación de Galdós? ¿Será simplemente que Galdós no escribía demasiado bien? Yo estimo enormemente la calidad de página –que no tienen nada que ver con eso que se llama “estilismo” –, y por razones graves: es aquella condición de los escritos que están escritos verdaderamente por su autor; quiero decir, aquellos en los cuales el autor –el autor mismo– ha escrito todas y cada una de sus frases. Todos hablamos con palabras, con palabras de la lengua, que son de todos y de nadie, que están inertes en el diccionario. Todos hablamos de acuerdo con la gramática de nuestra lengua. Pero cada uno dice ciertas palabras elegidas, las dispone en un orden determinado y las hace sonar con cierta cadencia. Pues bien, cuando esta selección de las palabras, la sintaxis, y la cadencia es mía, personal, entonces aquello que escribo tiene calidad de página, y en ella sentimos bajo nuestra mano o al deslizar por ella la caricia sin contacto de nuestros ojos el palpitar de una vida.

Pero hay otra manera de escribir, que es escribir con frases, con lo que podríamos llamar, dando a la expresión un sentido más lato que el usual, frases hechas, tomadas del repertorio de las que ruedan de boca en boca; frases tomadas de la gente, de lo que se dice. Lo mismo da que se trate del preciosismo de los culteranos que de las formas estereotipadas de una crónica de sociedad. En un caso y en otro, no hay calidad de página, porque está construida con elementos ajenos, mostrencos, sociales, colectivos, no míos, no personales.


JULIÁN MARÍAS, Literatura y generaciones, Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1975, págs. 88 y 89.