Yo había leído a Azorín. Confieso que el tal escritor me fue antipático desde el comienzo, no por el contenido de sus escritos, sino porque me parecía que ofrecía una imagen convencional de Castilla, una imagen convencional de España, tan falsa, tan fuera de verdad, tan despojada de toda realidad social como podía serlo en cierto sentido la pintura de un Zuloaga, de los hermanos Zubiaurre, de Romero de Torres, las esculturas de Benlliure, o para decir peor, las cajas de pasas, las etiquetas de marcas de anís o de vino de Málaga o las panderetas españolas para uso del turismo. No me gustaba la Castilla de Azorín porque no creía en ella, porque falsas me parecían sus imágenes del zagalillo que bebe agua cristalina de la fuente, guardando sus ovejas, y después entona melodías agrestes en el caramillo. Eso, cuando en los latifundios del duque de Alba, en los predios de Peñaranda el campesino castellano penaba de sol a sol sobre un suelo misérrimo y uno pensaba en ciertas películas que lo mostraban, me resultaba falso.
ALEJO CARPENTIER, entrevistado por Ramón Chao para Conversaciones con Alejo Carpentier, Alianza Editorial, Madrid, 1998, pág. 29.