Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española. Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es un gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra.
Los jóvenes –García Lorca, Alberti, así como Jorge Guillén y Pedro Salinas– eran perseguidos tenazmente por Juan Ramón, un demonio barbudo que cada día lanzaba su saeta contra éste o aquél. Contra mí escribía todas las semanas unos acaracolados comentarios que publicaba domingo a domingo en el diario El Sol. Pero yo opté por vivir y dejarlo vivir. Nunca contesté nada. No respondí –ni respondo las agresiones literarias.
PABLO NERUDA, Confieso que he vivido, Pehuén Editores, Santiago, 2005, págs. 163 y 164.