Los largos y ambiciosos poemas de Valéry, como los de Narciso e incluso El cementerio marino, se me caen ahora de las manos y no me parecen otra cosa que un ejercicio aplicado y talentoso de versificación de los cuales la poesía está ausente. Muchos de los versos que los forman, la mayoría, podrían haber sido escritos en el siglo XVII, formar parte de una tragedia de Racine. Valéry parece olvidar que la belleza es un valor temporal, válido dentro de determinado contexto y que la imitación es siempre un arte secundario, es decir, un artificio. Valéry, en su poesía al menos y en sus relatos, fue un imitador o, si se quiere, un combinador. Él no sacó nunca algo de la nada, sino que construyó a base de formas, imágenes, palabras conocidas y garantizadas. Por un poema como “Zona” de Apollinaire daría todos los versos de Valéry.
JULIO RAMÓN RIBEYRO, La tentación del fracaso, Seix Barral, Barcelona, 2003, pág. 270.