Las fábulas, abundantes en signos, podrían considerarse poemas extensos. Sin embargo, por su carácter mismo, son episodios desprendidos del gran libro de la mitología. Casi todas están inspiradas en las Metamorfosis de Ovidio. La más famosa de todas, la Fábula de Polifemo y Galatea, es uno de los poemas más perfectos de la poesía europea pero ¿es un poema extenso? Lo distintivo no es únicamente el número de líneas sino el desarrollo: las divisiones entre las distintas partes y los enlaces y articulaciones entre ellas. El poema extenso debe satisfacer una doble exigencia: la de variedad dentro de la unidad y la de la combinación entre recurrencia y sorpresa. No encuentro en las Soledades desarrollo sino acumulación —a veces deslumbrante, otras fastidiosa y siempre prolija— de fragmentos y detalles. Hace mucho quería decirlo y ahora me atrevo: las Soledades es una pieza de marquetería sublime y vana. Es un poema sin acción y sin historia, plagado de amplificaciones y rodeos divagantes; las continuas digresiones son a veces mágicas, como pasearse por un jardín encantado, pero la repetición de maravillas termina por resultar tediosa. Hay visiones fascinantes y charadas fútiles: ¿cuál es el aroma que “traducido mal por Egipto,/ tarde lo encomendó el Nilo a sus bocas”? En fin, ¿se puede leer con entusiasmo a las Soledades? Entusiasmo: la marca de la poesía, su señal de nacimiento, el furor divino.
La composición de las Soledades es nula. Composición en el sentido en que la Eneida y la Divina Comedia, las Coplas a la muerte del maestro Santiago y El preludio, el Canto a mí mismo y Un lance de dados son obras compuestas, cualquiera que sea su género. El Polifemo, que es para mí el mejor poema de Góngora, está concebido con mayor fortuna; tal vez porque en este caso el poeta cordobés siguió fielmente a Ovidio. La acción es condensada y rápida como en el poeta latino pero la verdadera originalidad de Góngora está en el lenguaje, que es prodigioso, y en su visión paradisíaca del mundo natural. Los personajes de Góngora nos impresionan por sus dimensiones sobrehumanas pero su Polifemo no nos hace reír como el de Teócrito ni nos conmueve como el de Ovidio: nos asombra. Lo mismo debe decirse de Acis y su fin desdichado o de la hermosa Galatea y su pasión: nos maravillan sin conquistar nuestra complicidad sentimental o emocional como los otros héroes de la literatura. No son personas ni personajes: son figuras. El mundo de Góngora no es el teatro de las pasiones humanas o el de las batallas y amores de los dioses. Es un mundo estético y sus criaturas, tejidas por las palabras, son reflejos, sombras, centelleos, engaños adorables y efímeros. ¿Qué queda después de la lectura? Queda una naturaleza transfigurada en lenguaje. Queda la hermosura...
La influencia de Góngora fue inmensa. Enriqueció al vocabulario y nos enseñó a ver y a combinar lo que vemos de una manera a un tiempo inusitada y sensual; en cambio, no nos dio una visión del ser humano ni de este mundo y sus trasmundos. Tampoco nos enseñó a componer, en la acepción más inmediata de la palabra: formar un todo con cosas diversas. Fue muy imitado y, sin embargo, esa influencia no produjo ninguna obra considerable, excepto Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz. El poema de la poetisa mexicana es gongorino y, al mismo tiempo, es la negación de Góngora y su estética: es una visión del mundo y del espíritu humano perdido en la vastedad universal.
OCTAVIO PAZ, fragmento de Contar y cantar: sobre el poema extenso, incluido en La otra voz (Poesía y fin de siglo), Barcelona, Seix Barral, 1990, págs. 22 y 23.