Taleb sobre Sontag


Siempre recordaré mi encuentro con la escritora Susan Sontag, en gran medida porque ese mismo día conocí a otro icono cultural, el gran Benoît Mandelbrot. Ocurrió en 2001, dos meses después del 11-S, en una emisora de radio de Nueva York. Sontag sintió curiosidad por un tipo que «estudia el azar» y vino a verme después del programa. Cuando descubrió que yo era un agente de inversiones, me soltó que ella estaba «en contra del sistema de mercado», y acto seguido me volvió la espalda dejándome con la palabra en la boca, simplemente para humillarme, mientras su asistente me miraba como si yo fuera un asesino confeso de niños pequeños. Para olvidarme del incidente y poder justificar de algún modo su comportamiento, me imaginé que vivía en una especie de comuna rural, donde cultivaba sus propias verduras, escribía con papel y lápiz, practicaba el trueque; en fin, la clase de cosas que se hacen en una comuna.

Pero no, resulta que no cultivaba verduras. Dos años después, encontré su obituario por mera casualidad (he esperado una década y media para comentar el incidente porque no deseaba hablar mal de la difunta). En el mundo editorial se quejaban de su codicia: a su editor, la casa Farrar, Straus and Giroux, le había sacado millones de dólares por una novela. Vivía junto con su novia en una mansión de Nueva York, que más tarde se vendió por 28 millones de dólares. Probablemente creía que insultar a la gente con dinero le daba una aureola de santa inmaculada, eximiéndola de jugarse la piel.


NASSIM NICHOLAS TALEB, Jugarse la piel, Paidós, 2019, traducción de Francisco Rodríguez Esteban.