Un gran escritor es el que agranda la perspectiva de la sensibilidad humana, el que muestra una oportunidad, una pauta que seguir a quien ya no sabe qué hacer ni adónde ir. Después de Platónov, lo más cerca que estuvo la prosa rusa de producir esa clase de escritor fue con Nadiezhda Mandelstam, con sus memorias, y, en menor medida, con Alexandr Solzhenitsin, con sus novelas y prosa documental. Me permito poner a este gran hombre en el segundo puesto en gran medida por su aparente incapacidad para discernir tras el sistema político más cruel de la historia del cristianismo el fracaso humano, por no decir el del propio credo (¡para que luego hablen del severo espíritu de la religión ortodoxa!). Dada la magnitud de la pesadilla histórica que describe, esa incapacidad en sí misma es lo suficientemente espectacular para que sospechemos una dependencia entre conservadurismo estético y resistencia a la idea de que el hombre es radicalmente perverso. Aparte de la consecuencia estilística para la escritura, la negativa a aceptar dicha idea contribuye a la recurrencia de dicha pesadilla a la luz del día... en cualquier momento.
JOSEPH BRODSKY, fragmento de Catástrofes en el aire, recogido en Menos que uno: Ensayos escogidos, Ediciones Siruela, Madrid, 2006, traducción de Carlos Manzano, pág. 258.