Vidal sobre Mishima


Desde el punto de vista técnico, las novelas de Mishima son poco atrevidas, lo que en modo alguno supone un inconveniente, aunque dice mucho acerca de su obra el que nunca hiciera nada que pudiera considerar completamente propio. Enseguida quedaba satisfecho con modelos familiares, que además no eran los mejores. Es paradójico que sea sólo en su reelaboración de las obras dramáticas No [arte dramático tradicional que combina teatro, danza, música y poesía] cuando Mishima parece "original", brillante y audaz en lo que a sus efectos respecta, como Ibsen en sus mejores momentos. Lo que queda como recuerdo de sus novelas no son más que obsesiones carnales y ensueños sádicos: de forma invariable, el muchacho bien amado sangra, mientras el marinero que perdió la gracia del mar (la naturaleza de su gracia nunca queda del todo clara) es descuartizado por un grupo de jóvenes pubescentes. Las conversaciones sobre arte son a menudo interesantes, aunque rara vez llegan a la brillantez (en la novela norteamericana no hay conversaciones acerca del arte, una virtud negativa, pero virtud al fin y al cabo).

En la obra de Mishima, tras pasar por el filtro de sus traductores, no hay humor, y apenas ingenio; se observa cierta ironía, pero al estilo de W. Somerset Maugham... las cosas no son lo que parecen, las personas respetables esconden vicios. Por cierto, a aquellos que creen que la cultura japonesa es densa, portentosa, sangrienta y dada a los rituales (en otras palabras, como las películas japonesas de samurais), hay que advertirles que ni siquiera los fundadores de la prosa literaria japonesa (la dama Murasaki y Sei-Shonagon) tenían un ingenio muy profundo. En el caso de Sei-Shonagon, más bien lo contrario.

Mishima, el escritor más famoso y atareado de Japón, dejó, no un jardín, sino todo un paisaje de flores artificiales; a pesar de Mishima, la flor artificial es tan perecedera como la auténtica. Lo único que ocurre es que el desaguisado es mayor cuando se intenta reciclarla. Tengo la sospecha de que una buena parte de su aburrimiento con las palabras tenía que ver con una temperamental falta de interés en las mismas. Las novelas apenas si ofrecen un desarrollo particular con el paso de los años, y muy poca variedad. En libros posteriores, la obsesiones tienden a adueñarse de todo, lo que nunca basta (si bastara, el marqués de Sade sería tan grande como afirman los enemigos del arte).

Mishima fue un artista menor en el sentido de que, como nos dice Auden, una vez que el artista menor "ha alcanzado la madurez y se ha encontrado a sí mismo, deja de tener historia. El gran artista, por otra parte, siempre se está encontrando a sí mismo, de modo que la historia de sus obras recapitula o refleja la historia del arte". Incapaz o reacio a cambiar su arte, Mishima cambió su vida a través del sol, el acero y la muerte, y de ese modo se convirtió en una figura artística con mayúsculas en el único modo en que —me temo— son capaces de entenderlo nuestros contemporáneos: no a través de la obra, sino mediante la vida.


GORE VIDAL, fragmento de "La muerte de Mishima", publicado originalmente el 17 de junio de 1971 en The New York Review of Books, recogido en Ensayos (1952-2001), Edhasa, Barcelona, 2007, traducción de Eduardo Iriarte, págs. 407-409.