Stein sobre Hemingway


JOHN HYDE PRESTON: ¿Y qué hay de Hemingway? Su nombre y el de Ernest Hemingway son casi inseparables cuando se piensa en el París de la posguerra, en los expatriados que se reunieron en torno a ella como si fuera una sibila. Fue bueno hasta después de Adiós a las armas.
GERTRUDE STEIN: No, ya a partir de 1925 había dejado de serlo. En sus primeros relatos cortos había eso que he estado intentando describirle a usted. Después... Hemingway no perdió la facultad, la tiró por la borda. Entonces le dije: "Tienes una pequeña renta, Hemingway. No te morirás de hambre. Puedes trabajar sin preocupaciones y mejorar, puedes conservar eso y crecerá contigo". Pero él no deseaba madurar de esa manera; quería crecer de forma violenta. Es curioso, Preston, pero Hemingway no es un Novelista Americano. No se ha vendido ni ha adoptado ningún molde literario. Puede que se haya acomodado a su propio molde, pero no es únicamente literario. Cuando conocí a Hemingway tenía verdadera capacidad para la emoción y ése fue el sustrato de sus primeros relatos. Pero se avergonzaba de sí mismo y empezó a desarrollar, a modo de escudo, una brutalidad propia de un chicarrón de Kansas City. Era "duro" porque tenía auténtica sensibilidad, y eso le avergonzaba. Y entonces sucedió. Vi lo que estaba pasando e intenté preservar lo que había de bueno en él, pero era demasiado tarde. Emprendió el camino que habían seguido, y aún siguen haciéndolo, muchos americanos antes que él. Se obsesionó con el sexo y la muerte violenta.

No me interprete mal. El sexo y la muerte son las fuentes de las emociones humanas más válidas, pero no lo son todo, ni siquiera son todo emoción. Pero Hemingway empezó a multiplicarlo todo por, y a restarlo de, sexo y muerte. Supe desde el principio, y lo sé aún mejor ahora, que no pretendía descubrir qué eran. Fue el disfraz con el que quería ocultar lo que en él había de amable y delicado. Y finalmente, su enfermiza y dolorosa timidez encontró salida en la brutalidad. No, no, espere... No en una verdadera brutalidad, porque un hombre realmente brutal busca algo más que los toros y la pesca en alta mar, y la caza de elefantes, o lo que se lleve ahora. Si Hemingway hubiera sido auténticamente brutal, podría haber hecho buena literatura sobre esas cosas. Pero no lo es, y dudo que jamás vuelva a escribir sinceramente acerca de algo. Es competente, sí, pero sólo como escritor; la otra mitad es el hombre. 

JOHN HYDE PRESTON: ¿Cree en serio que los escritores norteamericanos están obsesionados por el sexo? Y, de ser así, ¿acaso no es legítimo?
GERTRUDE STEIN: Están en su derecho, por supuesto. Una literatura creativa que no se ocupe del sexo es inconcebible. Pero no del sexo literario, porque el sexo es una parte de algo cuyas otras partes no tienen nada que ver con el sexo, no son sexo en absoluto. No, Preston, se trata de un problema de tono. Por el modo en que un hombre habla del sexo se puede decir, si es que hay que decir algo, si es o no impotente. Y si no habla de otro tema, puede estar seguro de que lo es, física y artísticamente.


GERTRUDE STEIN, entrevistada por John Hyde Preston en The Atlantic Monthly, agosto de 1935, incluida en Las grandes entrevistas de la historia 1859-1992, El País Aguilar, 1997, traducción de Herminia Bevia y Antonio Resines. Toda la entrevista AQUÍ

Onetti sobre Cortázar


JUAN CRUZ: ¿Y Cortázar? 
JUAN CARLOS ONETTI: Y con Cortázar, mira, muy amigos, yo lo había conocido muy vagamente en Buenos Aires, nos hicimos amigos, pero él todavía no había hecho su obra, creo que sí había escrito Los Premios, que a él le entusiasmaba mucho y a mí no, sobre todo, no después, al compararlo con lo que escribió posteriormente ¿no? Pero tal vez en ese momento Los Premios, solitario, me hubiera parecido un buen libro. Ahora, después, lo comparé con el resto de lo que fue escribiendo Cortázar y entonces me pareció inferior, por ejemplo inferior a la famosa Rayuela y los cuentos, tiene cuentos admirables, para mí, por ejemplo Vd. habrá oído hablar de El perseguidor...

JUAN CRUZ: ¿Y como ser humano qué le parecía Cortázar?
JUAN CARLOS ONETTI: Acá entramos en un problema. Mira, te voy a decir, él siempre se mostró como un hombre muy humilde, muy desinteresado, pero nada. Era de una vanidad tremenda y la polémica que tuvo con mi amigo peruano, el de Los ríos subterráneos, Arguedas, un gran escritor, que se suicidó, dos veces se suicidó. La primera lo salvaron. Un libro de él termina diciendo que la gran ambición suya era ir a Montevideo para estrecharle la mano a Onetti. Así que te das cuenta que nos queríamos, sabía además mucho. Este escritor peruano había criticado el desinterés de Cortázar por los problemas latinoamericanos de los indios y este hombre vivía dedicado, tenía una granja para niños indígenas....

Como Arguedas, en una declaración, elogiaba el talento de Cortázar pero lamentaba que no se preocupara por la gente pobre, los humildes, sobre todo los indígenas, de Latinoamérica, y Cortázar le contestó de una manera muy desagradable para mí, diciéndole: Vd. está tocando una quena en el Perú y yo dirijo una orquesta sinfónica en París. Es una grosería, sobre todo conociendo a este peruano, que era uno de los hombres más dulces que he conocido. ¿Y qué fue lo que le dijo a Cortázar? No era ofensivo, era como una invitación a que lo hiciera, pero bueno, eso fue una miseria...

JUAN CRUZ: De todos modos, de Cortázar se pueden decir muchas más cosas.
JUAN CARLOS ONETTI: Otra que dijo fue, no sé en qué época, "yo he escrito los mejores 72 cuentos de la literatura castellana". Publicado. No se puede. Pero ni se puede contar escribir los cuentos, a mí qué coño me importa.


JUAN CARLOS ONETTI, ¿Qué fue de la señora Síntesis?, entrevista de Juan Cruz Ruiz el 6 de enero de 1993, recogida en Toda la vida preguntando, Círculo de Tiza, 2015.

Rand sobre Faulkner y Nabokov


ALVIN TOFFLER: ¿Cuál es su valoración de la literatura contemporánea en general?
AYN RAND: Filosóficamente, inmoral. Estéticamente, aburrida. Es degenerada, se dedica exclusivamente a estudiar la depravación. No hay nada más aburrido que la depravación.

ALVIN TOFFLER: ¿Hay algún novelista que admires?
AYN RAND: Sí, Victor Hugo.

ALVIN TOFFLER: ¿Algún novelista moderno?
AYN RAND: No hay nadie a quien admire entre los llamados escritores serios. Prefiero la literatura popular actual, que recuerda al romanticismo. De ella, mi escritor favorito es Mickey Spillane.

ALVIN TOFFLER: ¿Por qué te gusta él?
AYN RAND: Porque es ante todo un moralista. De manera primitiva, en forma de novela policiaca, presenta el conflicto entre el bien y el mal, el blanco y el negro. No muestra ninguna mezcla gris repulsiva en la que hay canallas indistintos de ambos lados. Presenta un conflicto irreconciliable. Como escritor, es brillante en el aspecto de la literatura que considero más importante: la trama.

ALVIN TOFFLER: ¿Qué opinas de Faulkner?
AYN RAND: No opino mucho. Buen estilista, pero prácticamente ilegible en su contenido: he leído muy poco de su obra.

ALVIN TOFFLER: ¿Qué pasa con Nabokov?
AYN RAND: Solo leí uno y medio de sus libros; el del medio fue Lolita, que no pude terminar. Brillante en su estilo, escribe muy bellamente, pero sus temas, su sentido de la vida y su visión del hombre son tan repulsivos que ningún nivel de habilidad artística puede justificarlos.


AYN RAND, entrevista de Alvin Toffler para Play Boy, marzo 1964, extraído de la página Morte Súbita, traducción de Google Translate + Mary Crónica. Toda la entrevista AQUÍ
 

Safranski sobre Nietzsche


Por lo que se refiere a este Romanticismo de la vida dionisiaca que culmina en Nietzsche, el reproche puede formularse así: este filósofo denigró el espíritu hasta convertirlo en una mera función de la vida, y redujo el conocimiento a ciertas verdades que son sólo ficciones útiles para la vida. Ahora bien, en cuanto desaparece la verdad, se rompen los fundamentos de la moral social. Queda la lógica salvaje de la autoafirmación y el ideal de la desinhibida autorrealización de la vida fuerte a expensas de la débil. Por tanto, este tipo de vitalismo creó un presupuesto intelectual para una moral sin escrúpulos que terminó dando vía libre a la liquidación de la vida que no merece vivir, tal como se llegará a afirmar.

De hecho, en los escritos tardíos de Nietzsche se encuentran ideas que sugieren algo semejante. Por ejemplo, cuando al final de Ecce homo comprime todas sus objeciones contra la moral cristiana en el reproche de que el cristianismo estableció como valor supremo la «despersonalización y el amor al prójimo», y con ello creó la «moral de decadencia por excelencia» para la historia de la especie. Frente a este «partido de todo lo débil, enfermo y malogrado», tiene que entrar finalmente en escena un «partido de la vida», que «tome en sus manos la más grande de todas las tareas, la de un cultivo superior de la humanidad, con la inclusión de una liquidación despiadada de todos los degenerados y parásitos». 

Es significativo que tales manifestaciones de Nietzsche se encuentren allí donde el punto de vista estético del incremento de la vida individual, que en general predomina, es sustituido por una perspectiva biológica; o sea, allí donde él ya no da continuidad a una tradición romántica, sino que cae bajo el influjo del biologismo y de un darwinismo social. En Nietzsche llega a su punto álgido la disputa entre el Romanticismo y el biologismo de su época, que nada tiene de romántico. Y esta atmósfera de pensamiento, el de las ciencias naturales vulgarizadas, es el medio donde se incuban los monstruos del racismo, el cultivo de la raza pura de los germanos, la liquidación de la vida que no merece vivir y un antisemitismo asesino, que ve a los judíos como bacilos y exige su asesinato como medida sanitaria.


RÜDIGER SAFRANSKI, Romanticismo: Una odisea del espíritu alemán, Tusquets Editores, Barcelona, 2012, traducción de Raúl Gabás, págs. 322 y 323.

Paz sobre Góngora


Las fábulas, abundantes en signos, podrían considerarse poemas extensos. Sin embargo, por su carácter mismo, son episodios desprendidos del gran libro de la mitología. Casi todas están inspiradas en las Metamorfosis de Ovidio. La más famosa de todas, la Fábula de Polifemo y Galatea, es uno de los poemas más perfectos de la poesía europea pero ¿es un poema extenso? Lo distintivo no es únicamente el número de líneas sino el desarrollo: las divisiones entre las distintas partes y los enlaces y articulaciones entre ellas. El poema extenso debe satisfacer una doble exigencia: la de variedad dentro de la unidad y la de la combinación entre recurrencia y sorpresa. No encuentro en las Soledades desarrollo sino acumulación —a veces deslumbrante, otras fastidiosa y siempre prolija— de fragmentos y detalles. Hace mucho quería decirlo y ahora me atrevo: las Soledades es una pieza de marquetería sublime y vana. Es un poema sin acción y sin historia, plagado de amplificaciones y rodeos divagantes; las continuas digresiones son a veces mágicas, como pasearse por un jardín encantado, pero la repetición de maravillas termina por resultar tediosa. Hay visiones fascinantes y charadas fútiles: ¿cuál es el aroma que “traducido mal por Egipto,/ tarde lo encomendó el Nilo a sus bocas”? En fin, ¿se puede leer con entusiasmo a las Soledades? Entusiasmo: la marca de la poesía, su señal de nacimiento, el furor divino.

La composición de las Soledades es nula. Composición en el sentido en que la Eneida y la Divina Comedia, las Coplas a la muerte del maestro Santiago y El preludio, el Canto a mí mismo y Un lance de dados son obras compuestas, cualquiera que sea su género. El Polifemo, que es para mí el mejor poema de Góngora, está concebido con mayor fortuna; tal vez porque en este caso el poeta cordobés siguió fielmente a Ovidio. La acción es condensada y rápida como en el poeta latino pero la verdadera originalidad de Góngora está en el lenguaje, que es prodigioso, y en su visión paradisíaca del mundo natural. Los personajes de Góngora nos impresionan por sus dimensiones sobrehumanas pero su Polifemo no nos hace reír como el de Teócrito ni nos conmueve como el de Ovidio: nos asombra. Lo mismo debe decirse de Acis y su fin desdichado o de la hermosa Galatea y su pasión: nos maravillan sin conquistar nuestra complicidad sentimental o emocional como los otros héroes de la literatura. No son personas ni personajes: son figuras. El mundo de Góngora no es el teatro de las pasiones humanas o el de las batallas y amores de los dioses. Es un mundo estético y sus criaturas, tejidas por las palabras, son reflejos, sombras, centelleos, engaños adorables y efímeros. ¿Qué queda después de la lectura? Queda una naturaleza transfigurada en lenguaje. Queda la hermosura...

La influencia de Góngora fue inmensa. Enriqueció al vocabulario y nos enseñó a ver y a combinar lo que vemos de una manera a un tiempo inusitada y sensual; en cambio, no nos dio una visión del ser humano ni de este mundo y sus trasmundos. Tampoco nos enseñó a componer, en la acepción más inmediata de la palabra: formar un todo con cosas diversas. Fue muy imitado y, sin embargo, esa influencia no produjo ninguna obra considerable, excepto Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz. El poema de la poetisa mexicana es gongorino y, al mismo tiempo, es la negación de Góngora y su estética: es una visión del mundo y del espíritu humano perdido en la vastedad universal.


OCTAVIO PAZ, fragmento de Contar y cantar: sobre el poema extenso, incluido en La otra voz (Poesía y fin de siglo), Barcelona, Seix Barral, 1990, págs. 22 y 23.

Martel sobre Julien Green


La obra de Julien Green no necesariamente resiste la prueba del tiempo. Comparada con la empresa literaria de André Gide, la de Green me parece insignificante; comparada con la de Jean Cocteau, es estática y aburrida; comparada con la de François Mauriac, es descuidada o monótona; comparada con las novelas de Raymond Radiguet o René Crevel, es charlatana y polvorienta. Básicamente, Green es un sub-Mauriac, que a su vez es un sub-Gide. Es decir su lugar en la historia literaria...


FRÉDÉRIC MARTEL, El siglo del infierno del escritor católico y homosexual Julien Green, Radio France, 12 de septiembre de 2019, traducción de Google Translate + Mary Crónica, toda la reseña AQUÍ

Nietzsche sobre Platón


Respecto a Platón soy un escéptico radical, y nunca he podido compartir con los eruditos su tradicional admiración por Platón como artista. En último término, están de parte mía en esta apreciación los más refinados jueces del juicio estético que existieron en el propio mundo antiguo. A mi forma de ver, Platón mezcla todas las formas del estilo; tiene sobre su conciencia una falta semejante a la de los cínicos que idearon la sátira menipea. Para que los diálogos de Platón, esa especie de dialéctica horriblemente satisfecha de sí misma y pueril, puedan ejercer un atractivo, es preciso no haber leído nunca a los buenos autores franceses (a Fontenelle, por ejemplo).

Platón es aburrido. En último término, mi desconfianza hacia Platón llega hasta el fondo: le encuentro tan alejado de todos los instintos fundamentales de los helenos, tan moralizado, tan cristiano anticipado -él eleva ya la idea de "bien" a la categoría suprema-, que para referirse al fenómeno total de Platón preferiría, más que ninguna otra, usar la dura expresión de "farsa suprema", o, si suena mejor, de idealismo. Se pagó caro el que ese ateniense frecuentara la escuela de los egipcios (o quizá de los judíos residentes en Egipto). Dentro de la gran fatalidad que supuso el cristianismo, Platón fue ese equívoco y esa fascinación llamada "ideal", que hizo posible que los individuos más nobles de la antigüedad se interpretaran mal a sí mismos y que pusieran el pie en el puente que conducía hacia la cruz. ¡Y cuánto sigue habiendo de Platón en la idea de "Iglesia", al igual que en su organización, en su sistema y en sus prácticas!


FRIEDRICH NIETZSCHE, El ocaso de los ídolos, Edimat, 1999, traducción de Francisco Javier Carretero Moreno, págs. 152 y 153.

Javier Marías sobre Cela


Recuerdo que cuando José Luis Garci obtuvo el Oscar, un periódico nacional minimizó el hecho o incluso lo criticó. Estaba en su derecho, ya que ese diario no hace profesión de españolismo a ultranza ni cae de hinojos cada vez que un compatriota triunfa en el extranjero en cualquier campo, sino que tiende a ponderar la posible justicia y merecimiento de ese triunfo, independientemente de su nacionalidad. Y yo mismo, cuando nuestro actual premio Nobel [Camilo José Cela] recibió el premio Nobel que lo ha convertido en premio Nobel, declaré que me parecía la peor noticia posible para la literatura española, ya que suponía la entronización anacrónica de la novela más folklórica, castiza y rancia, contra cuya dictadura los escritores más jóvenes veníamos luchando hacía tiempo. El señor Premio no ha perdonado la osadía de esos novelistas jóvenes que ya no lo somos, necesitado como parece el buen hombre de perpetua unanimidad en la adulación, lo cual hace pensar que tampoco anda muy seguro de su valor. Pero yo no soy nada patriotero, ni siquiera patriótico, y me trae sin cuidado que quien gane algo sea español si a mí me parece una patata el sujeto en cuestión.


JAVIER MARÍAS, Protoespañoles y antiespañoles, El Semanal, 4 de agosto de 1996, recogido en Mano de sombra, Alfaguara, Madrid, 1997.

Borges sobre Neruda


JORGE LUIS BORGES: Pienso que Neruda es un buen poeta, un poeta muy bueno. No le admiro como hombre, me parece un hombre mezquino.

RICHARD BURGIN: ¿Por qué dice eso?
JORGE LUIS BORGES: Bueno, escribió un libro -tal vez yo esté siendo político ahora-, escribió un libro sobre los tiranos de Sudamérica, y dedicó varias estrofas a los Estados Unidos. Pero él sabía que todo eso es mentira. Y ni siquiera dijo una palabra contra Perón. Porque él tenía un pleito en Buenos Aires, eso lo he sabido después, y no quería arriesgar nada. Y así, mientras que se suponía que estaba escribiendo en el colmo de la indignación, lleno de noble decir, no dedicó ni un solo apelativo a Perón. Y él estaba casado con una mujer argentina, sabía muy bien que muchos de sus amigos estaban en la cárcel. Sabía todo lo que estaba ocurriendo en nuestro país y sin embargo no abrió la boca ni una sola vez. Al mismo tiempo habla contra los Estados Unidos, sabiendo que todo lo que decía era mentira, ¿no? Pero, claro, eso no tiene que ver con la calidad de su poesía. Neruda es un buen poeta, un gran poeta. Y cuando aquel hombre (Miguel Ángel Asturias) ganó el Premio Nobel, yo dije que se lo deberían haber dado a Neruda....


JORGE LUIS BORGES, entrevistado por RICHARD BURGIN y recogido en Conversaciones con Jorge Luis Borges, Taurus Ediciones, Madrid, 1974.


Genet sobre Brecht


HUBERT FICHTE: ¿Por qué le gusta La señorita Julia de Strindberg y no le gusta el Brecht de Galileo Galilei?
JEAN GENET: Porque Brecht no dice más que tonterías, porque Galileo Galilei hace evidentes cosas que podría haber descubierto sin Brecht. Strindberg, al menos en La señorita Julia, no presenta esas evidencias. Es novedoso. No me lo esperaba. Vi La señorita Julia después de La danza de la muerte, ¿cómo se llama en sueco?

H. F.: Dödsdansen.
GENET: Me gustó mucho. Lo que dice Strindberg no se puede expresar más que de manera poética y lo que dice Brecht se puede decir y ha sido dicho de manera prosaica.

H. F.: Y ésa era su intención. Él denominaba a su teatro “teatro épico”, e introduce, o pretendía introducir, el distanciamiento que precisamente Strindberg, con la introducción de La señorita Julia, ya había alcanzado. Strindberg supone a un espectador ya frío, ese espectador de Brecht que sostiene un puro.
GENET: En la elección del gesto, fumar un puro, hay una especie de falta de respeto hacia la obra de arte que de hecho no está permitida. La obra de arte no lo permite. No conozco a los Rothschild, pero imagino que con ellos puede usted hablar de arte y fumar un puro. No puede ir al Louvre y ver la Marquesa de la Solana de la misma forma que los Rothschild, que hablan de arte y se fuman un puro.

H. F.: Entonces, ¿le parece que el gesto de Brecht es un gesto burgués capitalista?
GENET: Eso me parece.

H. F.: Al menos ante una obra de arte, ya que usted está ahora fumando un cigarro.
GENET: Si me fumo un puro como fumador de puros, si puedo definirme como fumador de puros, si escucho a Mozart y ese gesto de fumar un puro se antepone al hecho de escuchar el Réquiem, entonces no es simplemente un distanciamiento sino falta de sensibilidad. Es falta de oído, lo que significa que prefiero mi cigarro a la misa del Réquiem.


JEAN GENET, entrevistado por Hubert Fichte los días 19, 20, y 21 de diciembre de 1975 para el diario alemán Die Zeit, recogido en El enemigo declarado, Errata naturae editores, Madrid, 2010, traducción de María Lomeña Galiano, págs. 196 y 197.

Joyce sobre Tennyson


No me gusta Tennyson. En comparación con un poeta como Donne, cuyos versos tienen una rica textura contrapuntística, parece que toque con una sola tecla. Los poemas de amor de Donne son los más complejos y profundos que conozco. Me parece muy inglés, mucho más que Tennyson: el espíritu inglés es complejo, en efecto, a pesar de todo lo que se ha dicho sobre él. Con Donne uno se adentra en un laberinto de ideas y de sentimientos. Un poema suyo es una aventura, es decir, una experiencia que no sabemos a dónde nos llevará: así es la vida y así debería ser toda obra literaria. Eso es lo que hace apasionante su lectura. Donne es shakespeariano en su complejidad; comparados con sus composiciones, los poemas de amor más famosos de la literatura francesa suenan banales. Fue un poeta típicamente medieval, anterior a la época en que el clasicismo simplificó el espíritu inglés. Él y Chaucer fueron escritores geniales, ambos enamorados de la vida; luego llegaron los puritanos con sus manos heladas. El clasicismo estuvo bien mientras fue pagano: en la época del Renacimiento ya había perdido su sentido, y así ha seguido tristemente hasta hoy, debilitándose poco a poco hasta extinguirse del todo con Tennyson y con los inanes desnudos de Alma-Tadema.


JAMES JOYCE, Sobre la escritura, Alba Editorial, 2013, Barcelona, traducción de Pablo Sauras.

Borges sobre Arlt


Lunes, 10 de diciembre de 1956. Come en casa Borges. Habla de Roberto Arlt. "Era muy ingenuo. Se dejaba engañar por cualquier plan para ganar mucha plata, por descabellado que fuera, a condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por ejemplo, se interesó mucho en el proyecto de instalar una feria para rematar caballos, en Avellaneda. El verdadero negocio consistiría en que clandestinamente cortarían las colas de los caballos, venderían la cerda y ganarían millones. Un negocio adicional: con las costras de las mataduras del lomo fabricarían un insecticida infalible.

Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto. Hablábamos una noche con Ricardo Güiraldes y con Evar Méndez de un posible título para una revista. Arlt, con su voz tosca y extranjera, preguntó: "¿Por qué no le ponen El Cocodrilo? Ja, ja". Era un imbécil.

En Crítica estuvo dos días y lo echaron porque no servía para nada. No sabía hacer absolutamente nada. Me explicaron que solo en El Mundo supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las páginas a otro para que las reescribiera. Dicen que reuniendo sus aguafuertes porteñas, que son trescientas y pico, podría hacerse un libro extraordinario. Imagínate lo que será eso. Las escribía todos los días, sobre lo primero que se le presentaba. Menos mal que algún otro las reescribió.

Me aseguran que después se cultivó y leyó a Faulkner, y que eso lo demostró en un artículo de dos páginas, algo magnífico, en que estaba todo: "Sobre la crisis de la novela". Qué título. Ya te podés imaginar la idiotez que sería eso. Lo que pasa, según Arlt, es que la gente no comprende lo que es la novela, por eso hay crisis de novelas. En la novela cada personaje debe tener un destino claro, como el destino del tigre es matar. ¿Te das cuenta? Tiene que valerse de un animal para significar la sencillez del destino. Más que personajes describiría muñecos".


JORGE LUIS BORGES, recogido por Adolfo Bioy Casares en Borges, Destino, Barcelona, 2006, pág. 249.

Rico sobre Quevedo


JUAN MANUEL DE PRADA: Usted detesta a Quevedo, o al menos al Quevedo del Buscón, ¿verdad? 
FRANCISCO RICO: Yo cada vez estoy más a favor de una literatura humana, una literatura que sirva para la vida. La literatura literaria, la literatura pura, que fue lo que hizo Quevedo y lo que hicieron las vanguardias, me parece, en general, abominable.

JUAN MANUEL DE PRADA: Es usted un detractor impío del barroco...
FRANCISCO RICO: Por supuesto. Soy un renacentista hasta la médula. Yo entiendo que quien se acerca a un libro, si tiene buena voluntad, no es para admirar el estilo: la gente lee como pasea, como folla o como acude al cine, con la misma naturalidad. La lectura es una experiencia que forma parte de la vida y que, por consiguiente, está en la vida. La literatura para escritores a mí me llena muy poco. Quizá en pequeñas dosis resulte interesante, pero... ¡mira que es malo El Buscón! Con Quevedo se estropea la literatura española, que lo prometía todo: después del Lazarillo y el Guzmán, y con el Quijote en puertas, iniciábamos una tradición novelesca estupenda, pero llega Quevedo, y lo que Quevedo representa (el chiste fácil disfrazado de ingeniosidad), y se jode el invento. El Buscón es el personaje más grotesco e inverosímil de nuestra literatura: intenta ocultar su infamia, pero la expone burdamente ante el lector; el Lazarillo, en cambio, intenta ocultarla, incluso la niega, y es el lector quien comprende su deshonra. El autor del Lazarillo no traiciona al personaje, que es el principio fundamental de la novela; Quevedo, en cambio, sí lo hace. Ahí está la diferencia.


FRANCISCO RICO, entrevistado por Juan Manuel de Prada y recogido en Penúltimas resistencias, Xordica, 2009, Zaragoza, pág. 85. 

Benet sobre Cortázar


DANUBIO TORRES FIERRO: Haciendo la salvedad entre las edades de Carpentier y Vargas Llosa, ¿no te parece que entre los nuevos narradores hubo una ruptura con una forma literaria, que introdujeron una nueva sensibilidad?
JUAN BENET: ¿Te parece realmente, que Vargas Llosa haya roto con algo de la literatura latinoamericana, tratándose de un escritor tan académico? Lo que pasa es que es un hombre que organiza muy bien la argamasa, que sabe estructurar sus materiales, y eso para hablar de su caso personal. Pero, en definitiva, el menos académico, que quiere ser Cortázar, está siempre devanando el ovillo de la modernidad.

DANUBIO TORRES FIERRO: ¿Te interesa Rayuela?
JUAN BENET: Poco, muy poco. Mira: creo que Cortázar es un hombre fascinado por la brillantez y que paga por ello un precio muy caro. Puede escribir dos páginas magistrales, como aquellas de Rayuela en las que los personajes están comiendo en un restaurante de París y a alguien se le cae un terrón de azúcar y empieza a rodar por debajo de las mesas, buscándolo. Eso es una maravilla. Pero esa brillantez no se puede prolongar ni estirar porque, al hacerlo mediante el artificio, la charada y el jueguecito, se convierte en una prolongación bastarda, en primer lugar y, luego, fatigante. Una vez dije, de una manera un poco sarcástica, que era un gran gacetillero.


JUAN BENET, entrevistado por Danubio Torres Fierro para “Diorama de la Cultura” del diario Excelsior 1974 y VUELTA NÚMERO 206, 1994. Toda la entrevista AQUÍ.

Virginia Woolf sobre Joyce


Miércoles, 16 de agosto de 1922
Debiera estar leyendo el Ulises y formulando mis argumentaciones en pro y contra. Por el momento, he leído doscientas páginas, que ni siquiera representan la tercera parte [...] Ulises me parece el libro propio de un analfabeto, un libro carente de desarrollo; la obra de un obrero autodidacta, y todos sabemos cuán lamentables son esas obras, cuán egotistas, cuán insistentes, cuán primarias, crudas y, en última instancia, nauseabundas. Cuando se puede comer carne guisada, ¿a santo de qué comerla cruda? 

Miércoles, 6 de septiembre de 1922
[...] He terminado el Ulises y creo que es una obra fallida. A mi juicio, no le falta talento, pero de baja estofa. El libro es difuso. Es enmarañado. Es pretencioso. Es de baja ralea, no sólo en el sentido evidente, sino también en la acepción literaria. Con ello quiero decir que un escritor de primera fila siente por la literatura un respeto tal que le impide servirse de trucos; de sorpresas; de hacer payasadas. Me recuerda constantemente a un colegial con tendencia al comportamiento brutal, rebosante de ingenio y capacidad, pero tan pendiente de sí mismo, tan egotista, que pierde la cabeza y se convierte en un ser extravagante, amanerado, vocinglero, torpón, y consigue que las personas amables le tengan lástima, y que las personas severas se irriten; y una tiene esperanzas de que todo lo anterior le pasará cuando crezca; pero como sea que Joyce tiene cuarenta años, no parece probable que así ocurra. No lo he leído cuidadosamente; y solo una vez; y es muy oscuro; por lo tanto seguramente he dejado de percibir sus méritos en una proporción superior a la justa.

Jueves, 7 de septiembre de 1922
Después de haber escrito lo anterior, L. me ha dado una crítica muy inteligente del Ulises, aparecida en el Nation norteamericano; que por primera vez analiza el significado; y ciertamente consigue que el libro sea mucho más impresionante de lo que yo creía. De todas maneras sigo creyendo que en las primeras impresiones se da siempre cierto valor y contienen una verdad duradera; en consecuencia, no me desdigo.


VIRGINIA WOOLF, Diario de una escritora, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, Madrid, 2003, traducción de Andrés Bosch, págs. 71-74.

Etxebarría sobre Salinger


Se muere Salinger. Los medios le dedican más páginas que a Francisco Ayala y Benedetti juntos. Cualquiera de los dos autores ha escrito más y mejor que Salinger. Esta afirmación puede ser discutible. Pero es que, además, han escrito en mi lengua.

Me sorprende mucho leer en un diario de difusión nacional que "Salinger, harto de editores, críticos y medios de comunicación decidió que quería seguir siendo un escritor al que la gente conoce por sus obras y punto". Y que por eso se retiró a un pueblecito. Si yo pudiera vivir sólo de mis libros, sin necesidad de promocionarlos, también me retiraría a una casita en Mundaka, pero eso sólo les sucede a los escritores yankis, que pueden no sólo vender en un país de 300 millones de habitantes, sino contar con una inmensa maquinaria promocional -imperialismo cultural se llama- que permite que se te traduzca de forma casi inmediata en medio mundo y que cuando te mueras tu necrológica supere en extensión a la de cualquier escritor local, pese a que en EE UU prácticamente no se publiquen ni se traduzcan las obras de autores extranjeros. Salinger podía permitirse tan retirada vida porque era millonario. Ayala no. Ya de paso, si nos atenemos a las memorias de su primera mujer, su amante y su hija-coinciden las tres en lo esencial- descubrimos que tenía un carácter neurótico, violento a veces, con muchos problemas de relación. Cierro con el título de mi novela, y de paso me hago promoción. Ha quedado demostrado una vez más: lo verdadero es un momento de lo falso.


LUCÍA ETXEBARRÍA, Verdades a medias, ADN.es Opinión, 15 de febrero de 2010.

Cioran sobre Goethe


He intentado releer el Fausto, treinta años después. Sigue resultándome igualmente imposible: no consigo entrar en el mundo de Goethe. Sólo me gustan los escritores enfermos, heridos de una forma o de otra. Goethe sigue siendo para mí frío y envarado, alguien a quien no se nos ocurriría recurrir en un momento de angustia. No de él, sino de Kleist, es de quien nos sentimos próximos. Una vida sin fracasos importantes, misteriosos o sospechosos no nos seduce.


EMILE CIORAN, Cuadernos 1957-1972, Tusquets, Barcelona, 2000, traducción de Carlos Manzano, pág. 55.

Medina Reyes sobre García Márquez


PREGUNTA: Dicen que detesta a García Márquez.
EFRAÍM MEDINA REYES: García Márquez (el hombre, no el escritor) es un idiota y no hay que poner mucha atención a lo que dice un idiota. Así como ha enriquecido el mundo con sus narraciones lo ha empobrecido con su presencia. Su literatura es buena pero carece de pensamiento. ¿Cuál es el pensamiento garciamarquiano? Ninguno. Cada vez que abre la boca nos avergüenza.

[...]

PREGUNTA: Y los vips colombianos, ¿cómo reaccionan ante su éxito?
EFRAÍM MEDINA REYES: Ellos no me aceptan como alguien de su clase, sino como alguien que se ha ganado un espacio. Yo no quiero ser como García Márquez, convertirme en un señor rico, rodeado de gente bien. Que los ricos lo sigan siendo, solo quiero que haya espacios para los demás y que la gente pueda vivir dignamente.


EFRAÍM MEDINA REYES, entrevistado por Flavia Puppo en La conexión colombiana, Página12, 5 de octubre de 2003. Toda la entrevista AQUÍ.

Benet sobre Lezama Lima


PREGUNTA: ¿Y qué opina de Lezama Lima?
JUAN BENET: No me interesa.

PREGUNTA: ¿Por qué no le interesa?
JUAN BENET: ¿Usted sabe cuándo un libro no le interesa? ¿Usted es tan agudo como para decir: “Yo sé por qué esto no me interesa”?

PREGUNTA: De otra forma, ¿qué defectos le encuentra a Lezama Lima?
JUAN BENET: Ah, no, es que Lezama Lima es una fábrica de defectos. Primero, no tiene acento, no suena bien. Y luego, hay algo muy artificioso en Lezama; algo de reelaboración. Parece un escritor francés que complica a voluntad. Porque, realmente, el libro de Lezama es transparente, no es sugerente sino al revés; la palabra oculta la realiza en vez de sugerirla, en vez de trascenderla. Y las posiciones de Lezama tienen mucho de artificio montado, es fácil ver que lo narrado es en cierto modo banal; en cierto modo, recoge una tradición española y americana de profusión de lenguaje pero que no descansa demasiado sobre la realidad. Las aventuras del joven Cemí son las aventuras de Pipo y Pipa en el fondo. Al joven Cemí no le pasa nada en verdad. Tiene dos experiencias homosexuales y tres experiencias eróticas y dos literarias, pero no le pasa nada. Ni el mundo que nos pinta es demasiado misterioso… Comparen ustedes lo que le pasa al joven Cemí con lo que le ocurre al esclavo Ti Noël de Carpentier, con una riqueza y profundidad casi apuntadas, con una economía de gestos y de palabras; y en el otro, a base de tanto abigarramiento, ¿a qué llega en conclusión?, a que un día vio parir a su hermana, y otro día vio cómo unas negras bailaban detrás de un cañaveral, y otro día cómo se masturbaba un cura. Eso lo ha visto todo el mundo.

PREGUNTA: ¿Pero contarlo de una manera especial, no le podría dar cierta calidad?
JUAN BENET: No, no le da calidad. Eso es costumbrismo en el fondo, y costumbrismo casi andaluz. 

PREGUNTA: ¿Y no habría un cierto costumbrismo en García Márquez?
JUAN BENET: No, García Márquez está muy bien afinado con su lenguaje, está muy unido, ahí no hay divorcios. En cambio sí en Lezama, hay una especie de cámara de aire entre su pensamiento y su lenguaje, y eso se nota muy bien. En muchos escritores españoles hay eso. Pero en Lezama se nota, el lenguaje se descuelga de su pensamiento y, en el fondo, porque su pensamiento es menor, carece de amplitud de visión. Evidentemente es un escritor muy rico y con posibilidades, pero es un pensador muy pobre.


JUAN BENET, palabras recogidas por Fernando Tola de Habich y Patricia Grieve, incluidas en JUAN BENET, Cartografía personal, Cuatro Ediciones, Valladolid, 1997, págs. 51 y 52.


Jiménez sobre T. S. Eliot


Yo me represento a T. S. Eliot (por su obra y por las fotografías de su persona) como un ente monstruoso humano (esas orejas de elefante, esos ojos de óptica, ese mentón de cartón piedra), que tiene una y sola mano, grande como un anuncio de guante de mano, en vez de cabeza, y dos cabezas inadvertidas en vez de manos.

La alta mano hipertrofiada es la que manda (artesanía virtuosa) y las cabezas, derecha e izquierda, las que escriben. Unas veces escribe la cabeza izquierda y otras la derecha; otras veces escriben las dos al mismo tiempo, y otras veces la alta mano confunde las cabezas, como que tiene seis dedos, y le dicta a la derecha lo que debiera escribir la izquierda o a la izquierda lo que debiera escribir la derecha. Otras veces me represento que la cabeza derecha de Eliot escribe la prosa y la izquierda el verso; y que las dos cabezas obedecen a la mano rectora en ambos dictados, pero que no se entienden entre sí.

Por eso la escritura jeneral de Eliot tiene siempre mucho de mano alta y de cabezas confundidas, ya en la forma o en la idea. Su falta de lójica poética parece fruto moldeable en mano rectora, directora siempre; y siempre su lójica crítica parece fruto de cabezas vivientes.

En jeneral me disgusta Eliot. Es poeta de truco permanente, quizás el más truquista de todos los poetas, porque es el de truco más virtuoso, un sumador de trucos ajenos, y el vicio superior no es más que un truco. Se ve claro que tal estrofa no quería decir lo que dice; que ha sido truqueada, hasta dejarla en el punto del efecto ambiguo, no como en Mallarmé en el punto de la oscuridad añadida por pudor, como un veto. Como poesía de truco, no da la impresión de que Eliot piense lo que dice. Es un poeta todo ripioso, al que a veces le falla el ripio y le sale sin querer algo natural que en él parece falso o enfermo. Sus «hombres huecos», su hipopótamo católico, su Virjen de la Devoración, son absolutamente falsos. Eliot es lo que es por la riqueza de su fraude, por el producto apretado que le permite conseguir efectos de falsedad muy bellos a veces por contraste de caricaturas que no se entienden entre sí. Pero nunca da la impresión de un poeta completo por sí mismo, como Blake o Yeats, sus compatriotas superiores en sus mejores poemas. Los poemas de Eliot siempre me parecen ruinas sumadas por equivocación en un museo.

La lójica, cuando sirve, jenial, a un espíritu hermoso, puede ser lo más hermoso del mundo. Eliot demuestra en su crítica una lójica perfecta que lleva como la maleta permanente del viaje de esta vida y en sus poemas da la impresión de que no ha querido servirse de la maleta. Como si fuese un crítico que no supiera ser poeta, o que su única preocupación es ocultar la verdad, por despiste, a la jente. Parece un carambolista supremo que se propone demostrar que la lójica no le impide hacer una carambola. Esta manía de lo ilójico razonado no tiene razón ninguna en un hombre sólo injenioso como es Eliot. Lo ilójico es propio del niño instintivo, del viejo loco, del idiota jenial o del poeta conjénito. Quizás sea Eliot un poeta frustrado por su crítico, al que pretende engañar a la vista de todos.

Mirad bien su cara ahora que se comprende que es ésta. Sus orejas de cabeza tienen algo que decir, que escuchar. Que lo escuchen: «Eliot, es usted un farsante o un impostor. Su libro sobre la cultura lo demuestra. Lo que usted dice en él sólo lo puede decir un oportunista. Por algo se cuelga usted el pañuelo de la nariz del bolsillo de pecho, como una camarera en su hombro el suyo, de su uniforme de hombre snob, adulador de la tradición convencional. No será usted tenido en cuenta por el futuro.»


JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, Eliot, monstruo político y social, recogido en Antología de textos juanramonianos / Juan Ramón Jiménez; compiladores Javier Blasco, Teresa Gómez Trueba, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2008 (AQUÍ