Breton sobre Camus


¿Qué es ese fantasma de rebelión que Camus se esfuerza por acreditar y detrás de qué se cobija? A una rebelión en la que se haya introducido la medida, a una rebelión vaciada de su contenido pasional, ¿que puede quedarle? No dudo de que muchos se dejen engañar con semejante artificio: se ha conservado la palabra y se ha suprimido la cosa.


ANDRÉ BRETON, recogido por ALAIN FINKIELKRAUT en "Aquí están los míos, mis maestros, mi linaje...": Lectura de El primer hombre, de Albert Camus, incluido en Un corazón inteligente, Alianza Editorial, Madrid, 2010, traducción de Elena M. Cano e Íñigo Sánchez-Paños, págs. 83 y 84.

NOTA DE LA ADMINISTRACIÓN: Breton formula esta crítica a raíz de la publicación de "El hombre rebelde", donde Camus sostiene que la rebelión es hermana del límite, la naturaleza y la medida.

Proust sobre Balzac


En la actualidad se pone a Balzac por encima de Tolstói. Es locura. La obra de Balzac es antipática, gesticulante, llena de ridiculeces, la humanidad es juzgada en ella por un hombre de letras deseoso de hacer un gran libro, en Tolstói por un dios sereno. Balzac llega a dar la impresión de lo grande, en Tolstói todo es naturalmente más grande, como los cagajones de un elefante al lado de una cabra.


MARCEL PROUST, fragmento de León Tolstói, escrito en ¿noviembre de 1910?, recogido en Escribir: Escritos sobre arte y literatura, Páginas de Espuma, Madrid, 2022, traducción de Mauro Armiño, pág. 155.

Achebe sobre Conrad


Joseph Conrad era un completo racista. Que esta simple verdad sea pasada por alto en las críticas a su obra se debe al hecho de que el racismo blanco contra África es una forma tan habitual de pensar que sus manifestaciones pasan completamente desapercibidas. Los estudiosos de "El corazón de las tinieblas" a menudo le dirán que Conrad no se preocupa tanto por África como por el deterioro de una mente europea provocado por la soledad y la enfermedad. Dirán que en el relato Conrad es, en todo caso, menos caritativo con los europeos que con los nativos, que el propósito del relato es ridiculizar la misión civilizadora de Europa en África. Un estudioso de Conrad me dijo en Escocia que África no es más que un escenario para la desintegración de la mente del señor Kurtz.

Lo cual es, en parte, el asunto. África como escenario y telón de fondo que elimina al africano como factor humano. África como un campo de batalla metafísico desprovisto de cualquier humanidad reconocible, donde el europeo errante entra por su cuenta y riesgo. ¿Es que nadie puede ver la absurda y perversa arrogancia en reducir así a África al papel de puntal de la ruptura de una mente europea mezquina? Pero ese ni siquiera es el punto. La verdadera cuestión es la deshumanización de África y de los africanos que ha fomentado y sigue fomentando esta actitud secular en el mundo. Y la pregunta es si una novela que celebra esta deshumanización, que despersonaliza una parte de la raza humana, pueda ser llamada una gran obra de arte. Mi respuesta es: no, no puede.


CHINUA ACHEBE, fragmento de «Una imagen de África: racismo en “El corazón de las tinieblas” de Conrad», publicado originalmente en inglés en The Massachusetts Review, 1977, recogido por la Revista Tabula Rasa, Nº 20, Bogotá, 13-25, enero-junio de 2014, traducción de Cristóbal Gnecco, pág. 20.

Russell sobre Nietzsche


Nietzsche no se cansa nunca de menospreciar a las mujeres. En su obra seudo-profética "Así hablaba Zaratustra", dice que las mujeres no son, todavía, capaces de amistad; son aún gatos, o pájaros o, a lo más, vacas. «Los hombres deben ser adiestrados para la guerra y las mujeres para el recreo de los guerreros. Toda otra cosa es tontería». El recreo del guerrero ha de ser de una forma peculiar si hemos de confiarnos en su enfático aforismo sobre este particular: «¿Vas con una mujer? No olvides el látigo». 

No siempre es tan feroz, aunque siempre es igualmente desdeñoso. En "La voluntad de Poder" dice: «Nos complacemos en la mujer como quizá la más exquisita, delicada y etérea clase de criatura. ¡Qué gusto es encontrar criaturas que sólo tienen en la cabeza bailes, tonterías y finuras! Ellas han sido siempre la delicia de toda alma varonil tensa y profunda». Sin embargo, incluso estas gracias sólo se encuentran en las mujeres mientras son mantenidas en orden por hombres varoniles; tan pronto logran alguna independencia se vuelven intolerables. «La mujer tiene muchos motivos para avergonzarse; en la mujer hay mucha pedantería, superficialidad, suficiencia, presunciones ridículas, licencia, e indiscreción oculta… que hasta aquí ha sido en realidad mejor refrenada y dominada por el miedo al hombre». Así habla en "Más allá del bien y del mal", donde añade que debíamos considerar a las mujeres como una propiedad, como los orientales. Todo su juicio sobre las mujeres es ofrecido como una verdad axiomática; no está respaldado por pruebas históricas o por su propia experiencia, que, en lo que respecta a las mujeres, casi se redujo a su hermana.

[...] Su opinión de las mujeres, como la de todos los hombres, es una objetivación de su propia emoción respecto a ellas, que es claramente una sensación de temor. «No olvides tu látigo», pero de cada diez mujeres, nueve le hubieran arrebatado el látigo, y él lo sabía, por lo que se apartaba de ellas, curando su vanidad herida con observaciones desagradables. 


BERTRAND RUSSELL, Historia de la filosofía occidental, RBA, 2005, traducción de Julio Gómez de la Serna & Antonio Dorta.

Taleb sobre Sontag


Siempre recordaré mi encuentro con la escritora Susan Sontag, en gran medida porque ese mismo día conocí a otro icono cultural, el gran Benoît Mandelbrot. Ocurrió en 2001, dos meses después del 11-S, en una emisora de radio de Nueva York. Sontag sintió curiosidad por un tipo que «estudia el azar» y vino a verme después del programa. Cuando descubrió que yo era un agente de inversiones, me soltó que ella estaba «en contra del sistema de mercado», y acto seguido me volvió la espalda dejándome con la palabra en la boca, simplemente para humillarme, mientras su asistente me miraba como si yo fuera un asesino confeso de niños pequeños. Para olvidarme del incidente y poder justificar de algún modo su comportamiento, me imaginé que vivía en una especie de comuna rural, donde cultivaba sus propias verduras, escribía con papel y lápiz, practicaba el trueque; en fin, la clase de cosas que se hacen en una comuna.

Pero no, resulta que no cultivaba verduras. Dos años después, encontré su obituario por mera casualidad (he esperado una década y media para comentar el incidente porque no deseaba hablar mal de la difunta). En el mundo editorial se quejaban de su codicia: a su editor, la casa Farrar, Straus and Giroux, le había sacado millones de dólares por una novela. Vivía junto con su novia en una mansión de Nueva York, que más tarde se vendió por 28 millones de dólares. Probablemente creía que insultar a la gente con dinero le daba una aureola de santa inmaculada, eximiéndola de jugarse la piel.


NASSIM NICHOLAS TALEB, Jugarse la piel, Paidós, 2019, traducción de Francisco Rodríguez Esteban.

Palahniuk sobre los escritores que proceden de lugares académicos


En el primer taller de escritura al que asistí, era obligatorio leer El arte de escribir novelas de John Gardner, del que nunca hablamos y al que no nos referimos de ninguna manera. Gracias a Dios. Sus alusiones constantes a la literatura clásica me dejaban fuera. He descubierto que la mayoría de los escritores pertenecen a una de dos categorías. La primera viene del mundo académico, con textos recargados y sin apenas ímpetu argumental ni dinamismo. La segunda categoría de escritores viene del periodismo y usa un lenguaje simple y claro para contar historias llenas de acción y de tensión.

Mi licenciatura es en Periodismo. Mi método, periodístico. En vez de a John Donne, me dediqué a leer a Jacqueline Susann. Hay más gente bien leída en materia de literatura popular, y yo quería que este libro atrajera a gente que se agobia con libros como el de Gardner. Asimismo, la narrativa que sugiero aquí consiste en su mayor parte en colecciones de relatos y novelas cortas. Es más fácil entender cómo funciona la narrativa breve. Puedes tener el relato entero en la cabeza y descubrir el propósito de cada palabra.

En orden alfabético, los libros son:

ACID HOUSE de Irvine Welsh
AIRSHIPS de Barry Hannah
CAMPFIRES OF THE DEAD de Peter Christopher
CATEDRAL de Raymond Carver
CUENTOS COMPLETOS de Amy Hempel
EL PÚGIL EN REPOSO de Thom Jones
ESCLAVOS DE NUEVA YORK de Tama Janowitz
GENERACIÓN X de Douglas Coupland
HIJO DE JESÚS de Denis Johnson
INVITADO DE HONOR de Joy Williams
LA LOCURA DE AMAR LA VIDA de Monica Drake
LA NOCHE EN CUESTIÓN de Tobias Wolff
LEJOS DE NINGUNA PARTE de Nami Mun
LOS BOYS de Junot Díaz
LOS CONFIDENTES de Bret Easton Ellis
LUGARES REMOTOS de Tom Spanbauer
SE ACABÓ EL PASTEL de Nora Ephron
THE ICE AT THE BOTTOM OF THE WORLD: STORIES de Mark Richard
THROUGH THE SAFETY NET: STORIES de Charles Baxter.


CHUCK PALAHNIUK, Lista de lecturas: Narrativa, recogido en Plantéate esto: Momentos de mi vida como escritor que lo cambiaron todo, Random House, 2022, traducción de Javier Calvo.


Russell sobre Aristóteles


Aristóteles mantenía que las mujeres tienen menos dientes que los hombres; aunque estuvo casado dos veces, jamás se le ocurrió comprobar tal afirmación examinando la boca de sus esposas. También decía que los niños serían más sanos si eran concebidos cuando soplaba viento Norte. Uno deduce que las dos señoras de Aristóteles habrían de apresurarse todas las noches a salir y mirar la veleta, antes de irse a la cama. Afirma que el hombre mordido por un perro rabioso no se vuelve rabioso, pero sí cualquier otro animal; que la mordedura de musaraña es peligrosa para el caballo, especialmente si la musaraña está embarazada; que los elefantes víctimas de insomnio pueden ser curados frotándoles los hombros con sal, aceite de oliva y agua caliente, y así sucesivamente. No obstante, los cínicos directores de colegio, que jamás han observado un animal, excepto el gato y el perro, continúan elogiando a Aristóteles por su fidelidad a la observación.


BERTRAND RUSSELL, El impacto de la ciencia en la sociedad, Aguilar, 1967, traducción de Juan Novella Domingo.

Capote sobre Frost


PREGUNTA: Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «Un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
TRUMAN CAPOTE: Dios me libre de tan degradante encargo. Pero si así fuera…, mmm, veamos. Robert Frost, el laureado poeta americano, sería un personaje bastante memorable. Un auténtico cabrón, como ha habido pocos. Le conocí cuando yo tenía dieciocho años; al parecer no me consideró un adorador lo bastante humilde del altar de su ego. De cualquier modo, le envió una carta difamatoria a Harold Ross, el difunto director del New Yorker, donde entonces yo trabajaba, e hizo que me despidieran del primer y último trabajo con horario fijo que he tenido. Quizá me hizo un favor, pues entonces me puse a escribir mi primer libro, Otras voces, otros ámbitos.


TRUMAN CAPOTE, fragmento de Autorretrato (1972), incluido en Los perros ladran, Anagrama, Barcelona, 1999, traducción de Damián Alou.

Borges sobre Dostoyevski


JUAN JOSÉ SAER: ¿Y de Dostoievsky, Borges? ¿Cuál es la imagen que usted tiene?
BORGES: Yo lo creí alguna vez el único. Y releí muchas veces Crimen y castigo y Los poseídos. Luego, en medio de mi entusiasmo, comprendí que me costaba mucho distinguir un personaje de otro. Que todos se parecían bastante a Dostoievsky y que eran personas que parecían gozar en la desventura ¿no?, y eso me desagrada. Entonces dejé de leerlo y no me sentí desmejorado por esa ausencia.


JORGE LUIS BORGES, fragmento de "Jorge Luis Borges y Juan José Saer: El patetismo de la novela", conversación mantenida el 15 de junio de 1968 en Santa Fe, recogido por Pilar Bravo & Mario Paoletti en Borges verbal, 1999, Emecé Editores.

Pamuk sobre la literatura comprometida


ENTREVISTADOR: Cuando dice «la generación previa», ¿a quiénes se refiere?
ORHAN PAMUK: A autores que sentían una responsabilidad social, autores que sentían que la literatura debía servir a la moral y a la política. Eran realistas planos, no experimentales. Como los escritores de tantos países pobres, desperdiciaron su talento intentando servir a su nación. Yo no quería ser como ellos porque incluso de joven había disfrutado con Faulkner, Virginia Woolf y Proust, y nunca aspiré al modelo social-realista de Steinbeck y Gorky. La literatura producida en los sesenta y setenta empezaba a dejar de estar de moda, así que fui bien recibido como autor de una nueva generación.


ORHAN PAMUK, fragmento de la entrevista concedida a Paris Review recogida en Otros colores, Random House Mondadori, Barcelona, 2008, traducción de Rafael Carpintero, pág. 421.

Volpi sobre Bolaño


Voy a decir algo que los fanáticos de Bolaño no me van a perdonar: a mí no me gustan los cuentos de Bolaño; es más, creo que Bolaño no era muy buen cuentista, aunque tenga un par de cuentos memorables. Confieso que siempre he tenido la impresión de que los cuentos de Bolaño al igual que, en otra medida, sus poemas, eran con frecuencia esbozos o apuntes para textos más largos, para la distancia media que tan bien dominaba y para las distancias largas que dominaba como nadie. Por eso me parece un despropósito continuar destripando su computadora para publicar no solo los textos que el propio Bolaño nunca quiso publicar, sino incluso fragmentos, cuentos y poemas truncados, pedacería que en nada contribuye a revelar su grandeza o que incluso la estropea un poco —como si cada línea salida de la mano de Bolaño fuese perdurable.


JORGE VOLPI, fragmento de Bolaño, epidemia, recogido en Mentiras contagiosas, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2008, págs. 245-246.


NOTA DE LA ADMINISTRACIÓN: Pero la valoración que la obra de Bolaño le merece a Volpi es ampliamente positiva (AQUÍ)

Borges sobre Baroja


Pío Baroja es un viejo y tenaz enemigo de América. Dispersos en su vasta obra hay más de cuatro conceptos hirientes, injustos y agresivos contra los americanos, y esto, aunque parezca o pueda parecer paradójico, es un motivo bastante serio para que la crítica de cualquiera de los países de América arroje de cuando en cuando una mirada sobre los libros de Baroja.

Amigos y enemigos, son en realidad, nuestro pro y nuestro contra, pero ambos nuestros. El indiferente está más lejos de nosotros que el enemigo. A este pequeño condimento que puede atraer nuestra atención hacia Baroja, se une en su última novela Los visionarios, el interés de un tema de actualidad palpitante en todo el mundo-, la cuestión agraria y campesina. Baroja la observa y analiza, adelantemos que muy mal, y hasta grotescamente, en los campos de Andalucía. ¿Está capacitado Pío Baroja para interpretar y comprender semejante hecho en el terreno de la realidad española o en el de cualquier otro país? Después de haber leído Los visionarios no es necesario vacilar mucho para responder con una negación rotunda. Pero en rigor, tratándose de un novelista y no de un economista, podría pasarse por alto su incomprensión de la realidad y las proyecciones del fenómeno social, siempre que al menos nos diera de él una visión viviente, rica de sugerencias, animada. Por el contrario, la visión que nos da Baroja del movimiento social en Andalucía es, o boba o siniestra. Los dirigentes obreros que desfilan por las páginas de Los visionarios (que desfilan en toda la acepción de la palabra, pues no hacen más que pasar por allí), cuando no son bandidos reales y verdaderos lo parecen de un modo enteramente sospechoso. Dado el terreno sobre el que se desliza la novela, pudo tener una vitalidad intensísima. Pero Baroja está ya, por lo visto, demasiado viejo. Todos sus defectos se han centuplicado con los años. Su estilo es de tal manera seco, árido y desagradable, que se creería estar leyendo, no una novela, sino un informe comercial. Los tres protagonistas, si se puede hablar de protagonistas, en algo que carece totalmente de trama, se trasladan monótonamente de un punto a otro de Andalucía, y en cada uno de los pueblos de tránsito, solicitan y reciben, acerca de la localidad, escrupulosos informes, pedidos y satisfechos con una minuciosidad de notario. En los momentos (escasos) en que no requieren o reciben informes, Fermín, Anita y Michel, conversan de cosas desprovistas de interés. Y como al fin Baroja sospecha que todos deben estar ya muy aburridos de tan simpáticos amigos, nos obsequia con un cuento final, acerca de unas pobres señoritas pueblerinas arruinadas por la revolución, y que para colmo de males se ven víctimas de los ataques desatados contra ellas por un pícaro salido de su propia familia. (Este pícaro, naturalmente, es comunista.) Se nos olvidaba agregar que al comienzo, en el libro I, asistimos a una conversación en la antesala de un enfermo, entre varios aristócratas y su médico, en la que se habla de los ex reyes de España, así como también de algunos otros pequeños episodios semejantes. Ninguno de los personajes vuelve a figurar ni desempeña el más mínimo papel en los seis libros restantes de la obra. Y ¿a qué seguir? Con lo poco que llevamos dicho basta para comprender que no solamente entre nosotros se escriben libros a base exclusiva de palabras, aunque no haya nada que decir con ellas. 

Revista Multicolor de los Sábados, N° 10, 11 De Octubre De 1933


JORGE LUIS BORGES, Obras, Reseñas y Traducciones Inéditas, Atlántida, Buenos Aires, 1999, edición de Irma Zangara, págs. 126 y 127.

NOTA: Uno de esos "más de cuatro conceptos hirientes, injustos y agresivos contra los americanos"  de que habla Borges se puede leer en el siguiente fragmento barojiano de Juventud, egolatría (AQUÍ)

Chirbes sobre Pérez-Reverte


21 de noviembre de 2004

Cabo Trafalgar, de Pérez-Reverte. Otra forma de espíritu: revolución en el casticismo. Al parecer resulta excelente, no sé si correcta, no entiendo de eso, ni me he documentado, la reconstrucción de las batallas, el novelado de la terminología bélica y marinera. Eso dicen los críticos. Pero, y el pero es muy grave (y tiene que ver con lo que ayer escribía acerca del espíritu moderno y las diversas formas de entenderlo), el artefacto me produce repelús, un sentimiento de rechazo que, a medida que avanza el libro, roza la indignación. Me resultan insoportables los diálogos, que apenas ayudan a construir a los personajes; o, más bien, los destrozan. Pérez-Reverte está convencido de que como novelista puede hacer lo que le salga de los cojones (por usar el lenguaje que le gusta) y le brinda al lector un descabellado recital de lenguaje macarra, lenguaje de corte «vallekano», pura movida madrileña en boca de estos pobres hombres que tomaron sopas en el siglo XVIII, y, sin salirse de ese arbitrario espacio –por otra parte es lo suficientemente ancho–, ofrece un esperpento de rancio españolismo levantado en armas frente a lo gabacho, una forma de variante de Torrente, el brazo armado de la ley, en la que no faltan toques de lo que conocemos como prensa del corazón.

Algunas frases que dicen los personajes: «una cosa discreta, sufrida, fashion» (pág. 36); «como los enanitos del bosque, aibó, aibó» (pág. 39), «el pifostio» (pág. 51), «les meto a los ingleses… un gol que se van a ir de vareta» (pág. 68), «¿Cómo se dice poca picha en gabacho?» «Poca piché» (pág. 71), «¿cómo lo llevas, curriyo, pisha?» «Fatá, compare…vaaaag» (pág. 81), «Toma candela yesverigüe fandango, pa ti y pa tu primo. Tipical spanish sangría. Joputa. Yu understán?» (pág. 89), «la cosa está más claire que la lune, mon ami Pierrot» (pág. 99), o «Que se me tombe par terre la chorra…» (pág. 100).

Horacio Nelson, en el texto, se nos presenta como «un marino de pata negra», un «Jabugo de los mares». En la construcción del esperpento patriótico, da todo igual, pata negra o «Nati Mistrati» (pág. 168), el «zipizape» (pág. 215), o el camarero que dice «¿Oído barra?» (pág. 95). Churruca se casa con un yogurcito de buena familia, y los hay que «cantan la traviata» en la página 140. Y a eso los críticos sesudos lo tratan como novela histórica. «Yes, verywell». El autor es académico.

El artefacto va dirigido a un público de ideología (llamémoslo así) tan confusa como la que mueve las hinchadas de los campos de fútbol, vagamente irritado por el injusto trato que le da la vida, y tocado en sus valores patrios por algo que ha roto con lo que se supone que hubiera sido su buena vida de siempre: hay xenofobia (antigabacherío) y vindicación de la España de siempre: populismo de la España de los de abajo, siempre traicionada. Y el texto se abre a una profusión de proclamas contra la modernidad, y –de nuevo– a favor del pueblo irredento al que castigan, roban y desprecian unos señoritos finos amariconados y afrancesados. Lo dicho: Reverte derrocha dosis de populismo y demagogia. Aunque (y aquí entra la tradición interclasista del franquismo: escribimos después de ese huracán) los conceptos de «Valor» y «España» pueden unir a los de arriba con los de abajo. Así, Marrajo, el delincuente enrolado a la fuerza, quiere matar al teniente Macua, que fue quien lo capturó en la taberna y lo embarcó, pero acaba admirándolo, y peleando consigo mismo y contra los ingleses para ser un héroe como él. Al fin y al cabo, Marrajo y Macua son buenos españoles los dos. En el fragor de la batalla, Marrajo sube al palo mayor envuelto en la bandera española y abrasado por la rabia que le produce la muerte de un jovencísimo guardiamarina. El espíritu de sacrificio y el afán de redimir los viejos delitos lo llevan a una plusvalía de heroísmo, al éxtasis patriótico: se envuelve en la bandera española y se exhibe frente al poderoso tres puentes inglés («perros, hijos de la grandísima puta, aúlla») y trepa por los obenques, y, mientras «todos los ingleses del mundo y la perra que los trajo» disparan, él alcanza la cofa, desde cuya altura, grita: «¿Y sabéis lo que os digo, casacones jodiospolculo?… ¿Queréis saberlo? ¡¡¡Pues que me vais a chupar el cipote!!!» (pág. 252). En ese instante, «desde el navío inglés llega el clamor de los enemigos que lo vitorean» admirados ante tanto valor: página 253, y fin de la novela. ¿A que uno no se puede creer que alguien se atreva a escribir eso? Pues él lo ha escrito, y los críticos lo han alabado.

Ni siquiera en los años cuarenta del pasado siglo los novelistas del régimen se atrevieron a redactar un capítulo en ese tono (a lo mejor sí, las historias de la literatura no lo guardan y yo no lo recuerdo). Algunos se acercaron a eso. Tampoco sé si el guiño que Pérez-Reverte quiere hacer, con esta España madrastra que castiga a sus hijos, lo es a Galdós, y a los Episodios nacionales: en cualquier caso este Trafalgar resulta un exponente de cómo el franquismo –que heredó lo peor del primorriverismo, el populismo borbónico, el cuplé patriótico y el flamenquismo del que se queja Corpus Barga en sus memorias– se ha colado en la mirada de lo popular, apropiándose de ella. En la literatura española de después de Franco, cualquier novelista decente tiene que triturar previamente el tópico para reconstruir lo popular. No se puede incorporar lo popular desde una supuesta inocencia. Es necesario abrir un paréntesis. Cabo Trafalgar de Pérez-Reverte no es Trafalgar, de Galdós, ni el heroísmo de sus personajes es el de los soldaditos del Imán, de Sender, ese libro excelso escrito contra Dios, la Patria, el Rey, el Ejército que los defiende y la puta que los parió a todos ellos. Está más cerca de Pemán y, si estuviera mejor escrito y con más inteligencia, de García Serrano, de la novela militar de la posguerra civil (o de las humoradas de aquel Álvaro de Laiglesia, director de La Codorniz). Es un fruto tardío del franquismo, en la medida en que lo es el Torrente de Santiago Segura, o buena parte de lo grunge que ofrece El País de las Tentaciones, o los chistes de fósforos del locutor Carlos Herrera con su sevillanismo de cuartel posprimorriverista. Leyendo Cabo Trafalgar, cobra urgente actualidad La gallina ciega, de Max Aub. Ha ocurrido algo irreparable en la historia de España que no admite la espontaneidad, la inocencia; que exige cirugía al enfrentarse a ciertos temas, a ciertas formas. Digamos que parece que, después de Franco, ya no es posible un Arniches. La bonhomía popular que los franceses de mediados del siglo pasado encontraron en gente como Pagnol, o los italianos con el Don Camilo de Guareschi, aquí no cuajó. No podía cuajar. No hay arnichismo popular contemporáneo que no venga corrompido por el franquismo. Lo que me escandaliza de los personajes de Pérez-Reverte no es el lenguaje, ni los anacronismos que usa como chiste, sino lo que ese lenguaje traduce: los modales, el tipo moral a quien corresponde. No, no soy Virginia Woolf rasgándose las vestiduras por cómo hablan los personajes del Ulises de Joyce. Soy solo yo, que oigo el Viva España de los campos de fútbol, el Puto Valencia de los alicantinos, el moro hijoputa, o Catalán Polaco, o el rájalo, y tiemblo porque sé que ahí se incuba el huevo de la serpiente del fascismo que venga. Y esas son las maneras que homenajea Pérez-Reverte en su cuento, ese, y no el de Galdós, es el pueblo que le gusta: las agallas de Marrajo, a quien le da una pájara que no puede explicarse, una borrachera bélica, de la misma índole que la que le da al hincha que se encuentra arropado por la peña en el campo de fútbol. El gesto de Marrajo es justo el contrario del que lleva al Santiuste de Galdós a despreciar la guerra (qué delicadeza, qué sensibilidad en el tratamiento de todos los personajes galdosianos, cómo indigna que este Trafalgar de Reverte pueda asociarse con el del maestro), nada que ver con los soldados de Imán, con la rabia de su protagonista cuando le pone en la teta la banda a la cupletista con el latón de la medalla, basura patriótica. Sus posiciones morales son contrarias. Reverte escribe para los herederos de los oficiales africanistas que retrata Sender. Su modelo, más que Galdós, sería el Pedro Antonio de Alarcón del Diario de un testigo de la guerra de África, y ni siquiera, porque Alarcón tenía una elegancia que conseguía que el propio Galdós hablara de él con respeto, y, además, el escritor africanista expresa en su libro una ambigua relación con lo moro; el mejor antecedente literario suyo son los discursos patrióticos de Primo de Rivera padre, o los de Queipo en Sevilla con su perfume a coñac de garrafa. Desde luego, que a nadie se le ocurra buscarle antecedentes en las novelas de guerra de principios del siglo XX: Barbusse, Kraus, Remarque, Céline, o el propio Sender. Reverte se nos muestra como un atleta olímpico, campeón en el gran salto atrás. Hacer tragar como moderno lo que la historia había convertido en detestable residuo arqueológico. ¡Ah! Y repito: la crítica sesuda ha comentado favorable, e incluso admirativamente, el libro. ¿Alguien puede venir a explicármelo?


RAFAEL CHIRBES, 21 de noviembre de 2004, Diarios. A ratos perdidos, 2, Anagrama, Barcelona, 2021.

Abad Faciolince sobre García Márquez


La tentación del arribismo es universal y su único antídoto es la soledad.

García Márquez convertido en ventrílocuo y amanuense de los poderosos. Eso me parece al leer su Noticia de un secuestro. Notario de Turbay, el presidente que lo obligó a irse del país para salvar el pellejo. Tener el punto de vista de la élite bogotana y no de la gente sencilla, de las personas sin nombre ni apellido, es lamentable. Es triste que el hijo del telegrafista de Aracataca no les dedique ni un párrafo a los choferes asesinados por los sicarios en el momento del secuestro. Ahí sí ni habla con los parientes ni se apiada del dolor. El duelo es el duelo de los importantes.

Su terreno de investigación, su investigación de campo se redujo a los salones bogotanos. Los salones de las familias bien de la capital, que, además, se burlan de él por corroncho, por sus sacos de mal gusto, por sus medias coloradas.

Soltar una nota destemplada en este coro de alabanzas, eso debo hacer. Si uso este tono, sin embargo, me dirán envidioso; envidioso porque no conozco la élite bogotana y porque su prosa es mejor. Su prosa es mejor, sin duda, incluso cuando es mala, pero mi interés por la élite bogotana no existe.

A pesar de toda la alharaca sobre el esmero periodístico, es una edición descuidada. Pese a toda la bulla sobre la verdad, es una verdad parcial y sesgada. Ya tengo el título de mi reseña: «La paja en el libro ajeno». Veo mi viga, pero también su paja.

No se trata de hacer populismo literario, pero este elitismo periodístico acaba por ser fastidioso. La muerte del vecino de mi mamá, Guido Parra, es absolutamente inexacta. Era un hijo de puta, es verdad, este Parra, era un aliado de la mafia, un abogado de Escobar, es verdad, pero en el texto de García Márquez parece casi justo que lo hubieran matado: y lo mataron después de obligarlo a ver cómo torturaban y mataban a su hijo de dieciséis años. Los vengadores que luchan contra Pablo Escobar son tan malos como él. El hijo de Guido Parra, un adolescente, se portó como un valiente, como un pequeño héroe, al tratar de defender a su padre, al interponerse entre los asesinos y él. Su valor reivindica toda la cobardía de su padre. Y lo torturaron, lo castraron y lo mataron delante de su padre, que ahí expió todo lo malo que hubiera podido hacer en una vida entera. Ese era un capítulo para contar, así formara parte del grupo de los malos, y García Márquez no lo hizo.


HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, anotación del ¿9? de junio de 1996, Lo que fue presente (Diarios 1985 - 2006), Alfaguara, 2019.

Thoreau sobre Gibbon


Me da la impresión de que Gibbon es menos hombre y más estudiante de lo que había anticipado. El motivo de su Historia Romana, según él mismo confiesa, no fue otro que el deseo de fama. En sus puntos de vista religiosos, no diverge noblemente del resto de los hombres, sino que se excusa y se acomoda. Era ambicioso y vanidoso.

Lo oigo relamerse ante la perspectiva de un barril de vino que le iba a ser enviado de Inglaterra a Lausanne. No hay registro de ninguna acción suya temeraria o heroica, lo que habría valido por mil historias. Eso sí que habría sido Elevarse y Permanecer. Pienso en él como en el estudiante ambicioso que escribió la Decadencia y caída durante 56 años, obra que, a fin de cuentas, no me concierne a mí leer. 


HENRY DAVID THOREAU, anotación del 18 de diciembre de 1840 incluida en El Diario (1837-1861) - Volumen I, Capitán Swing Libros, Madrid, 2013, traducción de Ernesto Estrella Cózar.

Keller sobre La Fontaine


No me gustaron las "Fábulas" de La Fontaine. Las leí primero en una traducción al inglés y las disfruté solo con desgana. Más tarde volví a leer el libro en francés y descubrí que, a pesar de las vívidas imágenes y el maravilloso dominio del lenguaje, no me gustó más. No sé por qué, pero las historias en las que se hace que los animales hablen y actúen como seres humanos nunca me han llamado mucho la atención. Las ridículas caricaturas de los animales me ocupan la mente, excluyendo la moraleja.

Por otra parte, La Fontaine rara vez, o nunca, apela a nuestro sentido moral más elevado. Las cuerdas más elevadas que toca son las de la razón y el amor propio. En todas las fábulas se respira la idea de que la moralidad humana surge enteramente del amor propio, y que si este amor propio es dirigido y controlado por la razón, la felicidad inevitablemente surgirá. Ahora bien, hasta donde puedo juzgar, el amor propio es la raíz de todo mal; pero, por supuesto, puedo estar equivocada, pues La Fontaine tuvo más oportunidades de observar a los hombres de las que probablemente yo tendré jamás. No me opongo tanto a las fábulas cínicas y satíricas como a aquellas en las que monos y zorros enseñan verdades trascendentales.


HELEN KELLER, The Story of My Life, Project Gutenberg, noviembre de 2000, traducción de Google Translate + Mary Crónica.

Arendt sobre Zweig


En su último artículo, «The Great Silence» (ONA, 9 de marzo de 1942), escrito poco antes de su muerte, Zweig intentó tomar posición en política, la primera vez en toda su vida. En este escrito no aparece la palabra «judío»; por última vez, Zweig intentaba representar a Europa, a Europa Central, que se asfixiaba en silencio. De haberse pronunciado sobre el terrible destino de su propio pueblo, sin duda se habría aproximado a los países europeos cuya lucha contra el opresor fue también una lucha contra la persecución de los judíos. Estos sabían mejor que él, que jamás se preocupó por su destino político, que el horror está completamente desvinculado del hoy, «como si un hombre cayese de lo alto de una cumbre a causa de un fuerte empujón», pues para ellos el ayer no era en absoluto «ese siglo cuyo progreso, ciencia, arte y grandes inventos fueron nuestro orgullo y nuestra fe».

Sin la coraza protectora de la fama, desnudo y desposeído, Stefan Zweig topó con la realidad del pueblo judío. Había habido muchas formas de evitar convertirse en un paria, entre ellas la torre de marfil que era la fama. Pero la única forma de evitar estar-fuera-de-la-ley fue la huida y la peregrinación por el globo terráqueo. Esta difamación fue una deshonra para todo el que pretendió vivir en paz con los valores políticos y sociales de su época. No existe duda alguna de que fue precisamente para esto para lo que Stefan Zweig se entrenó durante toda su vida, para estar en paz con el mundo, con el entorno, para mantenerse elegantemente alejado de toda lucha, de toda política. Para este mundo, con el que Zweig hizo las paces, ser judío fue y es una deshonra, una deshonra que la sociedad actual, aunque no castiga con la muerte, castiga con la difamación, una deshonra para la que ya no hay escapatoria individual alguna en la fama internacional, sino única y exclusivamente en la política y en la lucha por el honor de todo el pueblo. 


HANNAH ARENDT, fragmento de "Los judíos en el mundo de ayer", crítica de las memorias de Stefan Zweig "El mundo de ayer", publicado en Viking Press, Nueva York, 1943, incluido en "La tradición oculta", Paidós Básica, 2020, traducción de R. S. Carbó & Vicente Gómez Ibáñez.

Pamuk sobre Hugo


En cuanto crecí un poco, comenzó a desagradarme esa voz pomposa, rimbombante, presuntuosa y artificial de Hugo. Reaccioné negativamente a cómo en su novela histórica Quatre-vingt Treize describía durante páginas un cañón que se había soltado de sus maromas moviéndose a izquierda y derecha en un barco atrapado por una tormenta. En una de sus cartas, Nabokov, para denostar a Faulkner, demuestra con un ejemplo cruel cómo ha influido Hugo en este último («El hombre miró la horca, la horca miró al hombre»). Lo que más me ha interesado siempre de la vida de Hugo, y más me ha inquietado, ha sido su uso emotivo (¡en el mal sentido de esta palabra romántica!) de la retórica y la dramatización para crear un efecto de grandeza. A la pasión por la grandeza de Hugo le debemos algo de la idea del «gran autor junto al pueblo y la verdad», combativo y políticamente comprometido que tanto ha influido no sólo en los intelectuales franceses, de Émile Zola a Sartre, sino en toda la literatura universal. El hecho de que fuera consciente de su propia pasión por la grandeza, de que la consiguiera, lo convirtió en un símbolo viviente, o peor, en un monumento a sí mismo. Ese ser demasiado consciente de sí mismo al hacer un gesto moral o político ha provocado que sobre Hugo cayera una sombra de artificialidad que inquieta. En cierto lugar, intentando comprender «la genialidad de Shakespeare», él mismo dice que el mayor peligro de la grandeza es la falsedad.


ORHAN PAMUK, Otros colores, Random House, 2008, traducción de Rafael Carpintero.

Umbral sobre Galdós


Al modernismo Montesinos lo llama «efímero», pero lo cierto es que ha quedado en nuestro siglo XX con tanta pregnación como el 98 o el 27. O más. En pensadores como Ortega y Unamuno, que negaban a Rubén, hay modernismo. Y en el austero Machado. ¿Por qué efímero el modernismo y no los Episodios Nacionales, que son de trama infantiloide, como que los cuenta un niño?

Otro pecado capital que Montesinos aplica al modernismo / parnasianismo / simbolismo es la indiferencia por el asunto. El asunto, para Montesinos, es el chisme galdosiano, asunto de portería o café de horteras. Todavía cree, como los consumidores de premios literarios, que la literatura es el «asunto». Y esto después del surrealismo, el estructuralismo y el deconstruccionismo. El profesor se ve que vivió en un sempiterno exilio cultural. Pero la literatura no es el asunto ni el estilo, sino, insisto, la capacidad de trascender y sólo es escritor el que tiene esa capacidad, por ejemplo Valle-Inclán. Galdós no trascendía, sino que todo lo descendía. Galdós es intrascendente.


FRANCISCO UMBRAL, Valle-Inclán: Los botines blancos de piqué, Planeta, Barcelona, 1997.

Paz sobre Sade


El toreo de Buñuel es un discurso filosófico y sus películas son el equivalente moderno de la novela filosófica de Sade. Pero Sade fue un filósofo original y un artista mediano: ignoraba que el arte, que ama el ritmo y la letanía, excluye la repetición y la reiteración.


OCTAVIO PAZ, Fundación y disidencia, Obras Completas II, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2000, pág. 960.